Muchas personas son tan apocadas o tienen tanto temor a sufrir un rechazo emocional, que se muestran muy reacias a ser los primeros en tender la mano de la amistad.
Ésa es la receta más segura para la soledad.
Es mucho mejor seguir el consejo de San Juan de la Cruz, que decía: “Donde no encuentres amor, pon amor y encontrarás amor.”
El ofrecimiento de afecto produce, de muchos modos, una reacción condicionada; si con nuestro comportamiento hacia otras personas, les causamos dolor o desagrado, esas personas intentarán evitar nuestra compañía; pero si el contacto social con nosotros les produce satisfacción, cultivarán nuestra amistad.
Esta tendencia se observa con gran claridad, cuando se adiestra a los animales domésticos; si tratamos con dureza a un perro, nos esquivará, o se pondrá furioso y nos morderá el tobillo: si le cuidamos bien y le tratamos con afecto, se convertirá en una compañía cariñosa y adicta.
Y lo mismo se puede decir del animal humano; todas las personas que conocemos tienen necesidad de afecto y amor.
Nuestra capacidad para establecer cariñosas relaciones dependerá de nuestra capacidad para cubrir esa necesidad fundamental de esas personas.
El hombre no puede confiar en recoger una abundante cosecha de amor si antes no planta las semillas del afecto y la compasión.
“El mejor medio para alcanzar la felicidad -escribió León Tolstoi- consiste en extender fuera de nosotros y en todas las direcciones, como la araña, un manto adhesivo de amor y capturar todo lo que caiga en él”.
El arte de cultivar amistades amorosas se basa en intentar darlo todo, no en intentar recibirlo todo.
Autor: Donald Norfolk